martes, 10 de marzo de 2009

CHIMBORAZO

El volcán Chimborazo es un lugar lleno de misterio y encanto.

Los secretos de Mama Shimbu

En el tiempo de las haciendas, los vaqueros cuidaban a los toros de lidia que eran criados en el volcán Chimborazo. A veces desaparecían algunos animales y el vaquero -con temor al castigo del dueño- vagaba por el páramo en su búsqueda. Entre sus lágrimas y en medio de la soledad más increíble del mundo, aparecía un hombre alto, blanco, compasivo.
- ¿Por qué lloras hijito?
- Se me han perdido unos toros...
- No te preocupes, yo me los llevé... vamos que te los voy a devolver.
El vaquero animado por la pista seguía al misterioso hombre hasta la entrada de una gran cueva, en donde se le pedía cerrar los ojos. De pronto, al mirar nuevamente, estaba en una ciudad dentro del Chimborazo. Entonces, se le entregaba los toros y se le servía toda clase de frutas para comer y reponer fuerzas.
Esta es una de las tradiciones que cuentan los indígenas que pueblan los páramos del Chimborazo. La administración de la Reserva de Producción Faunística Chimborazo y la llegada del turismo comunitario han hecho posible que los visitantes puedan llegar hasta este misterioso lugar del que habla la leyenda: el Templo Machay.

Una catedral de piedra

No puedes perder la oportunidad de conocer el misterioso Templo Machay. Así dice uno de los letreros que se han colocado en el sendero hacia la cueva. Lo que se cuenta del lugar es una gran motivación para empezar con la caminata. El primer tramo es de fácil tránsito, a través de hermosos pajonales que se mueven al fervor del viento y que llenan de aliento. La vista es también cautivante porque mezcla la vegetación andina con rocas milenarias y la aridez del desierto.
Una parada obligada es el refugio de Lanlanshi. Ahí se observa una de las viviendas centenarias que han usado los moradores de los páramos. Dentro se encuentra alivio y abrigo, indispensable para reponer fuerzas y retomar el camino.
Paulatinamente, la subida cuesta mayor trabajo por lo empinado del sendero y el incremento de la altura. En este tramo, las protagonistas son rocas de todos los tamaños: desde las que caben en la mano hasta grandes macizos. El guía nativo indica a lo lejos nuestro destino; se aprecia cercano pero mientras más caminamos más lejos parece estar. El corazón palpita con fuerza y hay que detenerse para tomar aire y dar descanso a las piernas. Adelante está el coloso con su nieve eterna.
El viento sopla fuerte y golpea el cuerpo de manera que a veces se debe concentrar todo el peso del cuerpo para no despegar del suelo. Hacia arriba hay más cuesta y hacia abajo más soledad. El espíritu se invade de un sentimiento de abandono y de temor porque la naturaleza se muestra con majestad y superioridad.
Con esfuerzo se corona un macizo de roca y el impacto visual emocional es supremo cuando de pronto se tiene frente a uno, murallas enormes de roca que parecen tocar el cielo, y que hacen sentir la pequeñez del ser humano frente a esa inconmensurable voluntad de la naturaleza y de Dios.
El pecho casi no avanza más, pide un descanso urgente. Provoca sentarse y abandonar la empresa, pero hacia abajo hay la nada. Ya se aprecia más cercana la gruta; entre ella y el caminante existe un espacio de arena que se vuelve también dificultoso sobrellevar al hundirse los pies con frecuencia.
Y una vez más una cuesta empinada separa al Templo Machay. Se trata de una formación de roca enorme de forma piramidal, cuya entrada tiene formas extrañas que se prestan para que vuele la imaginación. Estamos a 4.560 metros de altura.
Dentro del Templo, el cansancio se esfuma porque se siente una humedad renovadora. Aunque no llega ni una gota de agua al cuerpo la sensación es como si el visitante hubiera tomado un baño. “Alberga una energía especial”, dice uno de los visitantes. Y tiene razón. El lugar motiva un respeto sacro especial, que lo demuestra la serie de peticiones que han sido depositadas en un rincón de la cueva, que sirve como un altar. Allí se observan monedas y pequeños papeles. “Aquí es donde los vaqueros decían encontrar al hombre blanco y de donde se pasaba hacia la ciudad del Chimborazo”, explica el guía.
La soledad y la intensidad de la experiencia hacen especular a quienes llegan al Templo. Al tratarse de un espacio limitado en pirámide no permite a simple vista una conexión hacia ningún lugar físico. “Debe ser una puerta cósmica”, habla alguien por ahí.
Estas cavilaciones se interrumpen porque es tiempo de volver. Ha valido la pena el esfuerzo de llegar a este lugar, que presumimos fue objeto de singular atracción para los antiguos habitantes de Chimborazo.

Las cuevas míticas de los puruguayas

Silvio Luis Haro, en su obra “Mitos y Cultos del Reino de Quito”, explica que los indios aborígenes de este lugar del país centraron sus cultos en las montañas.
Al respecto, Jacinto Jijón y Caamaño dijo: Las montañas rodeaban su cuna; tras ellas nacía y se ocultaba el sol; en sus grandes cumbres se formaban tempestades y de ellas salían las nubes, preñadas de rayos; entre los flancos de la montaña estaban los manantiales. Orígenes de los ríos, cuyas aguas servíanles para el riego fecundador de la madre tierra de cuyos productos vivían.
Con un místico sentimiento de terror y admiración por la naturaleza, cuyo poder le sorprende y le aplasta, el historiador considera que es imposible que una raza animista deje de prestar veneración y culto a manifestaciones tan extraordinarias y sublimes de la naturaleza.
De esta forma, las montañas eran lugares sagrados, así como las cuevas y los sitios notables por algún suceso telúrico, como por ejemplo: haber caído un rayo.
Haro que las cuevas míticas debieron ser lugares de culto, pues ellas se caracterizan por su “soledad misteriosa, por abras en que sopla el viento, por cubrirse su entrada con escarcha refulgente a los rayos del sol o por ser guarida de cóndores y venados”.
Por tanto, se afirma que las entradas a estos lugares eran lugares aptos para danzas y para inmolar niños y doncellas hijas de caciques, como ofrenda para sus divinidades.
Los investigadores aseguran que en el Chimborazo debió existir un adoratorio o templo tras la conquista cuzqueña. En las faldas del volcán se habría instalado el Cuartel del Inca. Estaba ubicado en una depresión apta para defenderse del frío y estaba construido en forma de U. Allí se sacrificaban a muchas doncellas vírgenes, hijas de Señores, y ovejas de la tierra (llamas posiblemente) y otras echaban vivas. Al respecto de ellas se contaba que no debían ser cazadas porque el nevado haría caer heladas sobre la población.
Los guías de la Reserva mantienen la tradición del lugar donde habría estado ubicado este Cuartel; allí reposan grandes piedras labradas. De este lugar se divisa también el Templo Machay.

Montaña: símbolo del crecimiento gradual del conocimiento
En la obra “Los Colosos”, los esposos Alfredo y Piedad Costales exponen los resultados de su investigación sobre las cosmovisión de los puruguayas (por deformación idiomática se habría adoptado la palabra puruháes).
Indican que estos antiguos habitantes de Chimborazo diseñaron sus moradas a semejanza de la montaña: amontonamiento de tierra redondeada en la base y piramidal o cilíndrica perpendicular en la estructura.
“La montaña fue considerada casa de vida, su vaso de energía, su túmulo sepulcral y conmemorativo, su templo observatorio, casa del sol”, argumentan los Costales.
Hay en su adoración a la montaña una concepción filosófica y existencial, pues proyecta al hombre andino en su ideal de ascenso y de mejoramiento social: pueblos y hombres suben hacia una cima social no discriminatoria e integradora. Es por tanto, un símbolo del crecimiento gradual del conocimiento, para el cual se necesita un “largo recorrido perpendicular, difícil, resbaloso, inquietante, aterrador, a veces, pero atrayente y sugestivo”.
Precisamente esa es la sensación que el caminante percibe en su ascenso al Templo milenario.

¿Chimborazo hembra?

El aborigen de los Andes se consideró hijo de los grandes nevados quienes están dotadas de sexo. Los esposos Costales explican que entre ellos se producía el matrimonio denominado tinguinacuy. El arco iris era la señal visible de este apareamiento en el cielo. Fruto de esta unión eran las demás montañas, cerros, picachos y el propio hombre; por tanto, todos eran parte de una misma familia.
Los puruguayas se creían nacidos de la grande mujer de nieve del Chimborazo con el varón de nieve Carihuairazo.
Sobre el nombre del nevado, Cieza de León rescata el de Urcolazo, del quichua Urco razu que quiere decir cerro de nieve. Esta fue la denominación de los conquistadores cuzqueños.
Sin embargo, en idioma quitense (cayapa), shimbu significa mujer. Es decir se trata de la gran señora de la nieve o la mujer envejecida.
Con la llegada de los incas esta visión cambia. Ya en 1582, con la conquista española, el vicario de San Andrés, Juan Paz Maldonado San Andrés, se remite a la tradición sureña y se refiere al Chimborazo como el gran varón, al pie del cual todavía existen edificios caídos.

Montaña, inicio de la vida

Los puruguayas consideraron a montañas como su Mama Shimbu como templos acuáticos solares y casas del agua.
A través de la gota de agua desprendida de las montañas gracias al contacto con el sol, se alimentan los ríos y estos van hacia el mar considerado como “el gran útero que gesta lo viviente”.
El gran respeto que tenían a Mama Shimbu, alimentó la creencia que la montaña castigaba a los intrusos con la uashda, enfermedad de altura que mata a quienes se atrevían a desafiarla. Además, uashar significaba la aparición de niebla o llovizna para desorientar a los visitantes.
Toda esta cosmovisión, aún sin tener pleno conocimiento de ella, ha trascendido hasta nuestros días. Todavía algunos indígenas piden permiso a la montaña para poder ingresar y librarse de los múltiples peligros que acechan.
Y en nuestras mentes y corazones permanece ese sentimiento de profunda espiritualidad dentro de las montañas, la reflexión existencial, los símiles del ascenso con la vida misma y la constatación que somos seres pequeños frente a la magnificencia de la naturaleza.
Diego Vallejo

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