martes, 12 de enero de 2010

Las Cartas Riobambenses de Espejo


Eugenio Espejo, prócer, médico, periodista, bibliotecario (1747-1795). (Dramatización)

La vida de Eugenio de Santa Cruz y Espejo, primer periodista ecuatoriano, estuvo ligada a Riobamba. Y precisamente, dos de sus obras, han inmortalizado a la ciudad. “Representación de los curas de Riobamba” y “Cartas Riobambenses” demuestran por una parte la preocupación de Espejo por la situación de la Real Audiencia, y también la ironía que lo caracterizaba. Ambas staban relacionadas estrechamente y tenían como hilo conductor la enemistad con dos personajes de la villa: Ignacio Barreto y José Miguel Vallejo.
Cuando los curas de Riobamba le pidieron escribir la réplica legal a un informe cuestionador presentado por Barreto, Espejo sintió que la hora de tomar revancha había llegado.
El “Duende”, como le gustaba llamarse a sí mismo, estaba convencido que el verdadero autor del informe era José Miguel Vallejo, a quien repudiaba por haberlo acusado.
Espejo no podía olvidar el episodio de su detención en 1783, cuando trató de eludir la orden de prestar servicio como médico en una expedición hacia las selvas orientales. Espejo trató de huir al refugiarse en Riobamba, en casa de Vallejo, a quien consideraba su amigo. Sin embargo, fue él quien lo denunció ante las autoridades.

Representación de los curas de Riobamba

Ignacio Barreto se desempeñaba como alcalde ordinario y jefe recaudador de impuesto de la Corona española, y a través de un informe presentado a la Real Audiencia de Quito, acusó al clero de Riobamba de explotar a los indios. Las denuncias se englobaban en cinco puntos básicamente, según el análisis de Philip L. Astuto, autor de la recopilación de las obras de Espejo. Éstos eran:
1. Muchas fiestas religiosas eran perjudiciales a la religión católica.
2. Los sacerdotes exigían dinero a los indios para entrar en la iglesia y para ciertas oraciones.
3. Los sacerdotes de Riobamba eran indecorosos.
4. En días festivos se celebraba la misa con un sermón incomprensible para los indios, pero aceptado por éstos pues indicaba una celebración adecuada de la fiesta.
5. Las numerosas fiestas observadas por los indios iban en detrimento de la agricultura, de la industria y de los intereses de la Corona (Obras completas de Eugenio de Santa Cruz y Espejo, Philip Astuto, Casa de la Cultura de Ecuador, 2008).
Las acusaciones eran sumamente graves, y por lo tanto, los curas no podían quedarse callados, pues eso hubiera significado aceptación de los cargos. Por eso, acudieron a Espejo, quien nuevamente se encontraba en Riobamba, en el año 1786. Como se ha dicho, Espejo aceptó el encargo, para desenmascarar a sus enemigos, pero también para presentar el estado de descomposición de la Real Audiencia y la explotación del indio.
El precursor de la Independencia optó por desprestigiar moralmente a Barreto y a Vallejo –presunto autor del informe- como su estrategia, siempre usando el sarcasmo y la ironía. Así nació “La representación de los curas de Riobamba”, en el cual, acusaba a Barreto de excederse en la recaudación de impuestos, de extorsión y de robo, además de haber malgastado los fondos públicos con “mujeres licenciosas” (Astuto, Philip). Espejo nombró a dos mujeres casadas que habían sido deshonradas por Barreto: Micaela Cosío y María Chiriboga y Villavicencio.
A Vallejo lo acusó de haber falsificado documentos para aparecer como hijo de noble. Por lo tanto lo tachó de “impostor y sin escrúpulos”.
Astuto analiza que en esta obra, Espejo pinta un cuadro deprimente de la vida del indio. “El hecho de que sus argumentos no fuesen del todo convincentes indica su talento. Estaba impaciente por exponer los defectos del clero en su trato del indio”, dice Astuto.

Los indios, especialmente los mitayos, gañanes y conciertos, se hallan en este caso, trabajando para sus amos, y no cultivan tierras propias. Aun cuando cultivasen las que se llaman del país guasi pongos; no tienen lugar, aptitud ni arbitrio, para adelantar sus intereses.
Harto hacen en sembrar su maíz y sus hortalizas, para supragar a la subsistencia escasísima del año. Si los labradores y los artesanos (dice un gran político de Inglaterra) están acostumbrados a trabajar por un cortísimo salario, y a no gozar, sino de una pequeñísima porción de los frutos de su trabajo, les es difícil, aun en un gobierno libre, el mejorar de su condición, y tratar de concierto entre ellos, y hacer levantar su salario. Parece que el inglés no ha hecho sino la descripción del estado miserable de los indios, que ganando 15 pesos al año, no tienen cómo acumular su propio interés. Trabajen lo que trabajaren, quince pesos hacen su total premio y recompensa.
¿Pero, qué admiración causaría a la humanidad, saber que muchos de ellos, en muchas haciendas y obrajes, no ganan los pesos sino en el nombre? Y en tanto, otros muchos mestizos y españoles, europeos y criollos, por algún trabajillo de algunos días, o de pluma o de aritmética, ganan al cabo del año los centenares y millares.

Eugenio Espejo. Extracto de “Representación de los curas de Riobamba)



Las Cartas Riobambenses

Los personajes expuestos en “La representación de los curas” comenzaron inmediatamente un ataque furioso contra Espejo, que incluso llegó hasta Quito. Con su carácter poco dado a la paz, Espejo volvió a contestar a través de ocho cartas satíricas, que contenían la ridiculización de las costumbres y prejuicios presentes en Riobamba.
“Cartas Riobambenses” están fechas consecutivamente desde el 21 al 27 de marzo de 1787. En ellas, Espejo firma a nombre de María Chiriboga. La suscrita supuestamente describe con pelos y señales los amores con Barreto y se queja de que la sociedad se escandalice por ellos.
Espejo no contaba con el “brío” de María Chiriboga, quien impuso un proceso judicial en su contra por difamación. El propio presidente de la Real Audiencia se solidarizó con la mujer y despotricó contra Espejo por haber escrito “una sátira sangrienta contra la vida y honra de María Chiriboga y Villavicencio”. Astuto explica que las “cartas satíricas le amargaron la vida a Espejo hasta su muerte en diciembre de 1795”.
La etnóloga e investigadora Marcela Costales maneja la hipótesis de que Espejo se ensañó con la mujer, porque ella “despertó en Espejo los recónditos deseos y anhelos de los inasible, lo que jamás podría tocar ni en sueños”.



El misterio consiste (…) en que nuestro sexo se inclina más al brío literario: nos morimos por los guapos, y así, a un hombre que enristre con vigor la lanza, que tomen una cuerda y la ponga con destreza sobre la media luna eclipsada de un toro, que sea membrudo, ancho de espaldas, fuerte de bigotes, esforzado de ojos, tieso al andar, más tieso al escupir, bien nutrido con cecina, entre montañés y castellano viejo, y que piense notablemente, a uno de estos, digo, le meto en lo más íntimo de mis entrañas, queriéndole como a mí misma, peno, lloro y muero por él.

Madamita Chiriboga. Riobamba, marzo 21 de 1787 (El verdadero autor, como se ha visto, es Eugenio Espejo)

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